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Luis Cotobal
Luis Cotobal

"Tú lo que tienes que hacer"

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Cuenta la sabiduría popular que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Sin embargo, lo que suele omitirse es que en la antesala de ese ardiente destino, probablemente nos encontremos con un comité de bienvenida conformado por aquellos que, con un dedo acusador y una mirada cargada de certezas, nos repetían incansablemente "tú lo que tienes que hacer".

 

Este coro de voces no solicitadas se ha convertido en una especie de banda sonora no oficial de nuestras vidas. Desde el compañero de trabajo que se erige como gurú no reconocido de la productividad, hasta el familiar que, en cada reunión, ofrece una cátedra gratuita sobre cómo deberíamos manejar nuestras finanzas, relaciones o, incluso, nuestro tiempo libre.

 

Lo peligroso de esta orquesta de consejos no solicitados es que nos enfrenta a un espejo distorsionado de nuestras propias vidas. Nos vemos reflejados no como somos, sino como los demás creen que deberíamos ser. Y en ese reflejo, muchos terminan por perder de vista lo más valioso que tienen: su autonomía para decidir.

 

No obstante, vale preguntarnos: ¿de dónde surge esta compulsión por dirigir la existencia ajena? Algunos dirán que brota de un genuino interés por el bienestar del otro. Otros, menos optimistas, argumentarán que nace de una necesidad de afirmación personal. "Si puedes mejorar algo de alguien más, entonces tú debes estar haciendo algo bien", parece ser la lógica subyacente.

 

El dilema se agrava cuando se transforma en un fenómeno cultural. En ciertas sociedades, la intrusión en la vida del otro se ha normalizado hasta el punto de ser casi un deporte nacional. Pero esto, lejos de construir una sociedad más fuerte y empática, edifica un paisaje donde la confianza se erosiona y la individualidad se asfixia.

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Obra de la artista digital Alba Lez (@albalez).

Entonces, ¿qué camino queda? La clave podría estar en la construcción de un tipo de interacción basada en el respeto mutuo y la comprensión de que cada ser humano es arquitecto de su propia vida. Podemos ofrecer apoyo y consejo, sí, pero siempre desde la humildad de reconocer que nuestras soluciones no son universales.

 

En una época donde la información nunca ha sido tan accesible, el arte de la escucha se torna cada vez más valioso. Antes de pronunciar el fatídico "tú lo que tienes que hacer", tal vez deberíamos preguntarnos si estamos realmente escuchando o simplemente esperando nuestro turno para hablar.

 

Para muchos, aprender a morderse la lengua y simplemente ofrecer un espacio seguro para que otros expresen sus dudas y temores, sin la presión de tener una respuesta inmediata, puede ser la forma más sincera de ayuda.

 

La próxima vez que nos encontremos ante la tentación de llenar el espacio con nuestras presuntas soluciones, recordemos que el respeto a la autonomía ajena es una forma de amor. Y que, si bien las intenciones pueden ser buenas, nadie necesita un comité de direcciones no solicitadas en su viaje personal. Porque, al final del día, el infierno puede esperar.