Hace tiempo correr detrás de un balón era símbolo de amistad y compañerismo. De mozo utilizábamos cualquier motivo para organizar un partido. Daba igual que fuese en el solar lleno de tierra y escombros, teniendo como portería dos latas, o en la ribera del río utilizando los chopos como postes y la imaginación como largueros.
Sin embargo, la profesionalización de los deportes ha trazado una hoja de ruta que no tiene vuelta atrás. Y es que ganar se ha vuelto una obligación desde muy pequeños. Los entrenadores, directivos, clubs, padres… buscan la élite. Ser primeros. Ganar o ganar.
Así se dan situaciones crueles y desmotivadoras desde categorías base. ¿Quién no conoce ese jugador que por su condición física no corre tanto como otro? Se le excluye del partido, no se convoca y acaba por abandonar el deporte que tanto le gusta. Hemos de recordar que el ser humano llega a su máxima capacidad en categorías cadete o juvenil y que cada uno tiene diferentes capacidades: físicas y cognitivas. El crecimiento y la motivación debe de ser una prioridad, pero de la mano del juego en los partidos, no solo del entrenamiento.
Entonces, si queremos ganar, ¿no habrá que perder primero? Y la gran pregunta, ¿están los entrenadores, clubs y padres o familiares dispuestos a perder? Y aquellos equipos que ganan, ¿están dispuestos a respetar a los equipos rivales sin humillar y burlarse de ellos?
Hace muchos años en una competición de un colegio, en sus fiestas patronales, un padre le decía a su hijo “parte las piernas”. Como lo oyen, un padre a un niño de 9 años. ¿Qué idea absorbe el jugador? Hay que ser agresivo, sin respeto y con saña. Cuando crece, el jugador, ha adquirido los valores que transmiten los padres y es cuando empiezan los verdaderos problemas. Aparecen las notas de prensa sobre agresiones a árbitros, entre padres o los propios jugadores.
Al llegar a la edad adolescente, dejan de ser niños y aflora el carácter sembrado durante la niñez. Cambian la conducta y las hormonas afloran tanto como para solar un puñetazo a la cara de un rival, un árbitro, un entrenador (propio o contrario) o a un padre en la grada.
Y es que si cuando eres un chupetín debes de ganar en competiciones, de mayor hay que machacar al rival o al árbitro que, al fin de cuentas es un ser humano más que comente errores y no puede ver todo en el campo.
Oímos continuamente las protestas de las gradas, entrenadores y jugadores que encienden el polvorín y va aflorando la rabia, la frustración, la envidia y la malicia provocando las agresiones.
El deporte colectivo, sobre todo aquel en el que se corre detrás de un balón, debe de cambiar ahora para ver resultados dentro de décadas. Y si no hay intención de cambiar, mejor no participar.